La tecnología nos influye en diversas formas. Y no es neutral, como estoy leyendo estos días en una obra de culto para psicólogos apasionados de las nuevas tecnologías (”Tecnología Persuasiva” de BJ Fogg).
Como vemos en este caso, podemos hacer cosas fantásticas o terroríficas con la misma. En épocas de crisis, cuando el hecho de tener o mantener un puesto de trabajo puede estar aumentando su valor social, mecanismos de control tan precisos de control y modificación de nuestra sociabilidad, de nuestras relaciones, pueden ser bastante peligrosos.
¿Qué pasa si, por timidez o decisión propia no queremos o podemos beneficiaríamos del carácter indirecto de la comunicación online? ¿Qué pasa si, directamente, en la cultura de la celebridad, de la conectividad, no queremos ser visibles?
Es popular quien influye, quien es seguido, quien persuade. Combatimos el fenómeno de la no participación (lurking), cuando los medios en papel han estado potenciando durante años ese tipo de actitud hacia la cultura, el conocimiento. Parece que la reflexión, elaboración y devolución ( o no) de conocimiento quiere ser limitada a jardines vallados y no termina de verse como algo positivo si se produce en comunidades de interés fuera de la institución o empresa. ¿Eso no era también conocimiento libre?
¿Estamos abriendo puertas a nuevas formas de exclusión social?
Desde luego, la soledad, la reflexión, incluso cosas como la privacidad o el anonimato, no están de moda cuando lo que importa es el impacto más cuantitativo que cualitativo que puedes llegar a generar. Se habla incluso de que un incremento cuantitativo en las relaciones superficiales que establecemos en redes sociales puede ser más rentable, en términos de persuasión, que pocos e íntimos contactos.
En fin, divago ya. Finalizar esta reflexión con un fragmento sintetizado y resumido de El fin de la soledad, uno de los mejores artículos que creo haber leído, traducido y reelaborado:
La soledad no es demasiado cortés. Thoreau sabía de la habilidad de mirar parar y mirar la vida de forma desapasionada, haciéndonos algo incómodos para nuestros iguales, con la ofensa implícita de evitar su compañía. Su genialidad requería a veces que no hablase con nadie. Nosotros, sin embargo, hemos hecho de la sonrisa fácil, el interés fingido, la falsa invitación, virtudes cardinales. Gregarismo más que amistad. Aquellos que encuentren la soledad no deberían tener miedo de estar solos.
martes, 31 de marzo de 2009, 20:27:25 dreig. El caparazón.
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